miércoles, marzo 04, 2009

Espejo nº3

"Melillano...jiji ¿un poquino de helado de turrón quieres?"

Helado de Turrón

El Audi A3 colgaba precariamente justo encima de uno de los puentes que cruzaban sobre la NII. El color rojo, que a Eli tanto le había gustado ese verano en el catalogo del concesionario cuando había ido a comprarlo, destacaba ahora de forma obscena entre el amasijo de hierros que evitaban que el coche cayese al vacío. Por desgracia, en esos momentos ella estaba sentada en el asiento del conductor dentro del susodicho vehículo, por lo que estaba colgando del maldito puente también.


Una vez recuperada del pánico de la impresión inicial, se giró lentamente para evaluar los daños. La luna de la parte trasera de su coche estaba completamente destrozada. Mucho se temía que el pequeño Trancas, habitualmente apoyado en la bandeja trasera del mismo, habría caído al vacío que era la NII debajo del puente. El rostro de Eli esbozó una ligera mueca por su peluche, ya inevitablemente perdido, y siguió buscando algo entre los restos de cristales. Sus ojos se movían de un lado a otro sin apenas permitirse el más ligero parpadeo. En realidad tenía la expresión desquiciada de quien se encuentra en estado de shock.

¡Por fin!, localizó, milagrosamente entera y atascada entre los restos de cristales de la luna, una tarrina gigante de helado. "Su" tarrina gigante de helado. De helado de turrón, para ser más precisos, y probablemente, como reconoció Eli interiormente mientras la buscaba, el motivo por el que ella y su coche estaban colgados del puente.

Helado de turrón...Mmmmm. Se moría por esa tarrina gigante. Literalmente. Deseaba, con un ansia salvaje, comerse a bocados un par de bolas enormes del dulce néctar que le había costado el coche.

Llevaba obsesionada con el helado de turrón desde mucho antes de haberse estampado contra el muro del puente. Era una locura, pero durante unas milésimas de segundo había estado segura de que iba morir y lo único que había sentido era rabia por no haber sido capaz de abrir la maldita tarrina antes.

Curiosamente a ella nunca le había llamado especialmente la atención el helado de turrón, pero de un tiempo a esta parte lo veía por todas partes: si comía en un restaurante, el postre recomendación especial de la casa era helado de turrón; en el supermercado, el helado de oferta era de turrón; en la tele, una conocida marca de helados no paraba de promocionar su nuevo producto estrella: Tarta de helado de turrón; incluso un niño, con la cara pringosa por el helado de turrón, había llegado a sentarse en el metro a su lado y ¡¡derramar las bolas del helado sobre su blusa!!.

El helado de turrón amenazaba con volverla loca.

Tenía imágenes fugaces de ella misma tomando un baño caliente mientras lamía con glotonería un par de bolas de helado de turrón. O escapándose furtivamente de la oficina, al cuarto de las escobas, para tomarse un descanso sin permiso, y saborear muy rápido, a mordiscos, casi con desesperación, un par de bolas de helado de turrón.

Como contrapartida a esa necesidad acuciante, nunca encontraba la ocasión perfecta para llevar a cabo sus fantasías. O tenía que salir corriendo del restaurante, por motivos laborales, sin poder comerse el postre; o la maruja de turno, la del carrito de delante suyo, se llevaba el último paquete, de todo el supermercado, de helado de turrón; o no terminaban de traer la novísima y famosa tarta de helado de turrón a las tiendas de su barrio...; o incluso, cuando estaba a punto de mandar las normas del decoro y la educación al carajo, para robarle el helado de turrón al maldito y provocador niño del metro: ¡¡el muy tonto iba y se lo tiraba encima!!

El cosmos conspiraba para dejar insatisfecho su deseo..., y ahora ¡que por fin!, el helado de turrón estaba como quien dice, bien cerca, al alcance de su mano..., ¡¡se encontraba al borde de la muerte colgada de un puente encima de la Nacional II!!

...que la ahorcasen si no iba a comérsela ya mismo, así tuviese que coger el helado a puñados con las manos.

Se soltó el cinturón de seguridad, que aún llevaba puesto, y escaló, retorciéndose como una culebra, por el asiento para saltar a la parte trasera del vehiculo. Durante unos aterradores segundos, el coche se tambaleó, dudando si caerse del todo a la Nacional o aguantar un poquito más así colgado, y durante esos aterradores segundos Eli reconsideró su postura anterior: puede que, quizás, esa clase de comportamiento temerario y obsesivo por el helado de turrón junto con el hecho de haberse empeñado en abrir la tarrina mientras conducía, fuesen los verdaderos motivos de su accidente..., y no la tarrina de helado en si misma.

Echó un vistazo fugaz a la tarrina...estaba tan cerca.

Ignorando el breve momento de cordura, estiró el brazo un poco más para tratar de alcanzarla. Estaba realmente cerca..., casi podía rozarla con la punta de los dedos. Solo tenía que estirarse un poco más, un poquito más y por fin sería suya. Saboreó el helado por adelantado y salivó por ello.

Justo cuando cuando tocaba con las yemas de los dedos la cajita de la tarrina, los gritos de un buen samaritano la sobresaltaron:
- "AY DIOS MIO!!! ¿ESTA USTED BIEN?? NO SE MUEVA!!!"

Solo fue necesario eso, un pequeño temblor de su mano debido a el susto por los gritos, y observó estupefacta como su tarrina de Helado de Turrón caía al vació y se estrellaba en el duro asfalto con un golpe seco.

CHAF!

Eli rompió a llorar desconsoladamente.

Madrid, 04 Marzo de 2009.

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